Morelia, Mich., a 23 de junio de 2011.
Fruto de mis entrañas y de los anhelos más profundos que cualquier mujer pueda desear; soy galardonada por darte a luz, por alumbrarte físicamente, pero más aún, porque a través de ti, mi existir completo fue alumbrado por esa pequeña rubia que tuve en mis brazos hace veinticinco años. Niña pegada a mi pecho, que me dio la oportunidad de arrullarla, acurrucarla y besar cada uno de sus pequeños dedos (que ciertamente no eran pequeños, siempre han sido largos); y creo que son largos porque fuiste diseñada para alcanzar los sueños más altos y sublimes que surgen de tu propio corazón.
No quiero felicitarte por tus veinticinco años, más bien quiero agradecerte por cada mes, semana y días transcurridos en que me has dado chance de ser tu madre (no perfecta, por supuesto, pero si, con la mejor disposición en mi interior para acompañarte en tu camino).
Gracias por cada sonrisa. ¿Sabes que a los pocos minutos de nacida se dibujó una sonrisa leve en tu rostro, tan delicado desde entonces, y desde ese momento obtuvo el poder de sanar heridas y traer ilusiones a las personas?