Bien se dice que la fe es una guerra, donde se pelean muchas batallas y se derrama mucha "sangre". No solo debemos caminar luchando con nuestras propias carencias sino que además debemos enfrentar la desilusión, la falta de apoyo, los malos consejos y las actitudes de otros que pueden, y de hecho hacen de nuestro camino uno más lleno de piedras.
A veces, como en todas las cosas, perdemos noción y los motivos por los cuales escogimos ese camino y de pronto nos vemos solos en un sendero oscuro sin siquiera recordar que nos motivó para llegar hasta ahí.
El sendero es extenso y no se ve el final, y pensamos en lo fácil que sería renunciar; salirnos del camino para ir por un sendero donde nadie nos diga nada y en el cual no hayan reglas; uno donde vemos
a muchos en una aparente felicidad total. Es ahí mis amadas y amados, donde nos damos cuenta de que el camino de la fe, aunque sea el correcto, es también el más duro de mantener porque es muy fácil renunciar.
Es en momentos como este, que tenemos que recordar el porqué de nuestra fe.
Debemos recordar dónde inicia el amor de Jesús que se despojó de toda su grandeza y se hizo humano para sufrir, padecer, servir, amar y sobretodo SALVAR.
Cuando no veas el final del camino, recuerda el primer paso, el inicio y la meta que está trazada en el cielo en nuestro encuentro con Dios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario