miércoles, 1 de junio de 2011

MI MADRE… SU NOMBRE: DEBORAH

A mi madre, señora en toda la extensión de la palabra, quien con la fuerza de su carácter dejó a mi vida un legado de honor y fortaleza, del cual, aunque quisiera, no me podría deshacer.
A ella, quien con su dulzura, en mis años de infancia, me enseñó lo que es la protección, la defensa, la ternura, y la capacidad de volar con los sueños; quien descubrió en mí el llamado de profeta que me fue impuesto desde la Eternidad.
A ella, siempre dispuesta al cuidado, a la caricia que transmite, al regaño que corrige y a la vara que endereza.
A mi madre, dama de damas, con una belleza inefable, que a la fecha después de 15 años de nuestra separación mortal,  me sigue mostrando lo que es la sencillez de la elegancia, el porte, la manera tan exquisita de llevar la frente en alto por el simple hecho de ser mujer.
A ella, quien con su sensibilidad, me enseñó a vibrar con la música, a extasiarme  través de la pintura, pintura que dejó plasmada en muchos lienzos, murales y cuadros, pero que aún sigue pintando en mí con colores del sentir profundo; quien con sus versos y poesía me llevaba de paseo al borde de su cama cuando ella me leía.
A ella, amigos y desconocidos, que me enseñó a ser una guerrera con su carácter, una mujer que me enseñó a  defenderme  con su temperamento, a hablar con la valentía de su lengua, a hacerme presente cuando el de enfrente parece ser un enemigo mortal, quien amó a mi hija con entraña propia, doliéndole como si ella la hubiese dado a luz.
A la señora que guardó siempre un lugar especial para cada uno de sus hijos, todos diferentes, todos distintos y todos únicos para ella; quien fue una compañera intachable para su marido, en el que encontró su lugar, su nido y su descanso. Quien supo ser amiga fiel de quien se mostró amiga de ella;  maestra de edición limitada que educó a varias generaciones que han dejado huella por la vida y de las que pocas hubo como ella en la historia de mi vida.
A esta gran ama de casa que sabía desde lavar pañales a mano, hasta dar órdenes a su servidumbre. Mujer visionaria, con corazón apasionado, sensibilidad a flor de piel, riqueza interior y porte de mujer como de reina.
A ella que me enseñó el perdón a través de su actitud y no sólo de sus palabras por mis fallas cometidas; quien me bendijo desde mi cuna hasta su tumba y me regaló el privilegió de estar con ella  a solas  en un momento de intimidad hasta que cerró sus ojos; quien me dio la oportunidad de crecer a partir de mis propias carencias y aún me hace escuchar su manera especial de dirigirse a mí y posteriormente a mi hija: “la niñita”.
A mi madre Déborah, quien desde su nombre evocó la fuerza de una guerrera que luchó como leona por los suyos, que no se cansó en la lucha y hasta el último aliento nos heredó su ternura de  niña. Quien pese a los sufrimientos, supo ser una mujer agradecida con la vida, sabiendo dar y darse a quienes amó tan apasionadamente, quien amó a su esposo como su hombre, su cómplice, su amigo y el padre de sus hijos.
A ella, abuela cariñosa, quien mostró que el amor cubre multitud de pecados y en sus nietos lo dejó plasmado en nuestro corazón, como cincel en la piedra y quien con su bendición nocturna  fue marcando el camino que me llevaría a conocer a la Redención, el Amor que Es y el Camino que me conducen a quien se está forjando en la mujer que Dios quiso que fuera desde que me tuvo en Su pensamiento…
ELIZABETH LOPEZ GARCIA

 

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